miércoles, 21 de julio de 2010

Malú Orriola


Canta un grillo a lo lejos,
regocijando estos errabundos huesos que he tendido un rato al sol,
el mismo sol que ha comenzado a dorar las copas de los árboles
contra el viento tan verde.

Cierro los ojos y el recuerdo evoca las palabras
que he abandonado a lo largo del camino,
las que nunca dije,
las que miento,
las que me avergüenzan.

Las palomas inician sus limitadas acrobacias recortadas contra el cielo.
Cierro los ojos y me abandono al batir de sus alas
yo que no tengo, me conformo con escuchar el ruido del vuelo.

¿Escuchas?
Son olas.
Olas que se alzan para fundirse en un océano infinito,
algunas se levantan como cabezas humanas en mitad del horizonte,
si cierras los ojos puedes escuchar
a una india cantar en mitad del desierto,
y sin embargo la pasión bruta del alma
enjuaga este aburguesado deseo de nombrar miserablemente
hasta las cosas innombrables,
el nombre del nombre, y amanece.
Fui arrojada del infierno por adorar la belleza.


ESTE perro me ve como si mirara a dios,
no sabe que soysoysoy un dios de la nada.
Pone sus ojos suplicantes en mí, y mueve la cola,
mientras le arranco como un diosdiosdios
la garrapata que chupa de su cuello.

Como si fuese una amante digo
fuera, fuera de su cuerpo de perro.
Él recuesta su cabeza en mi regazo, como yo
pongo estos ojos cuando están hartos sobre el mar
 y dejo que me meza su danza
espumosa, azul, brillante.

En el mar, no hay gentes como nosotros.

No hay sitio en la tierra ni en el mar, para gentes como nosotros.

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